Filadelfia,

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La ciudad del amor fraternal

Texto y fotografía por Artemio García

La antigua Filadelfia está situada en un extremo del ancho valle del río Cogamis, que desemboca en el mar cerca de la ciudad de Esmirna.

Se halla en el umbral de una meseta muy fértil, fuente de mucha prosperidad.

La ciudad fue fundada dos siglos antes de Cristo, por Eumenes, rey de Pérgamo, quien le dio el nombre de Filadelfia. Significa amor fraternal y a la vez era el sobrenombre de su hermano Atalo.

Desafortunadamente, la región sufría de constantes y fuertes terremotos. El más violento fue en el siglo XVII de nuestra era, cuando la ciudad fue destruída. Los habitantes tuvieron que huir y acampar a las afueras.

Después de recibir una contribución imperial para reconstruir, la ciudad cambió su nombre a Neo-cesárea, pero más tarde bajo el emperador Vespasiano tomó el nombre de Flavia. Los ciudadanos se enriquecieron a través del trabajo de la agricultura, el área textil y la talabartería.

Celebraban tantas fiestas paganas que le otorgaron el sobrenombre de Atenitas. Hoy día, es la moderna ciudad de Alasehir en la República Turca.

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Según el libro bíblico de Apocalipsis, no se le reprochó de nada a la Iglesia que estaba en Filadelfia, ya que aun siendo pocas personas y pobres nunca negaron el nombre de Cristo. Contrario a otras Iglesias de la época, guardaron la fe a pesar de las tribulaciones. Mantuvieron su testimonio en medio de varios asedios musulmanes, sucumbiendo en el año 1391.

En mi experiencia personal al visitar las ruinas de Filadelfia, percibí algo muy interesante. En el texto de la carta enviada a la Iglesia, allí se menciona:

“Al que venciere yo le haré columna en el templo de Dios”. Observé que lo único que queda en pie son precisamente las columnas que se pueden observar en las fotografías que acompañan este artículo.

Al visitar las ruinas de cada Iglesia mencionada en el libro de Apocalipsis, he podido observar cómo la Palabra de Dios permanece para siempre. Aún en la historia de la humanidad Dios es enaltecido, ya que el paso del tiempo no hace más que confirmar que ha tenido control de todos los acontecimientos. Demos gracias por su fidelidad y porque es el mismo ayer, hoy y por los siglos.

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