La vida sexual en el matrimonio
Dios te diseñó para disfrutar del sexo en tu matrimonio
Por Juan M. Isáis (1926-2002)
¿Qué queremos decir por sexo? Todos conocen del aspecto físico, pero eso no es todo. El cuerpo del varón se desarrolla en forma distinta al de la mujer. Se le llama el sexo fuerte. Está hecho para ser líder, sus músculos son más firmes, su resistencia física mayor. Su cuerpo está diseñado para actuar a su máxima capacidad. Su desarrollo gira alrededor del concepto paternal.
La mujer, por lo contrario, tiene la capacidad de albergar a otro ser en su cuerpo cuando es madre. La hacen más atractiva su cutis, sus caderas, sus formas delicadas. Dios ha planeado que en ella ocurra un milagro maravilloso: de la fusión de dos células pequeñas nace un niño o una niña.
En ninguna manera el sexo es exclusivamente físico. Su campo es espiritual. El hombre siente el impulso de hacer cosas, de trabajar y llevar a su hogar el fruto de su labor.
En cambio las cualidades en la mujer son más inclinadas a la familia; ella es paciente, bondadosa, tierna, detallista, comprensiva y perdonadora. Enjuga las lágrimas y procura la unidad.
Lo maravilloso es que estos dos seres, tan distintos en cuerpo y en espíritu, experimentan un magnetismo que hace que se atraigan mutuamente.
A los varones les atrae la feminidad y a las damas la masculinidad. Esto se llama atracción sexual y es parte del sabio plan de Dios para la humanidad.
Cuando se unen en los lazos sagrados del matrimonio, es entonces y solo entonces cuando debe haber relaciones físicas íntimas que producen verdadero placer sexual.
Esto es el significado real del sexo, cuando se alcanza y se conoce la quintaesencia de la felicidad físico-espiritual. Este es el templo de lo más sublime en el amor que rebasa los bordes de lo puramente carnal.
Es entre los casados donde se entreteje una unión pura del cuerpo y del espíritu. Nada en la vida es más íntimo que el acto sexual dentro de las normas que Dios ha sancionado. Alguien ha dicho que es “el néctar más dulce de la vida”.
Sí, el sexo es resultado del plan divino. Todo lo que Dios ha creado está perfectamente planeado y es ejecutado con absoluta precisión.
En la primera época de la tierra Dios construyó un jardín hermoso y allí colocó al hombre y a la mujer, creados a su imagen y semejanza.
El relato enfatiza que el Señor consideró el hecho de que no era bueno que el hombre estuviera solo, por lo que le hizo a una compañera sacada de una de las costillas de Adán.
Hay que notar que no hizo a la mujer de los pies para que el hombre la tratara mal, ni de la cabeza para que lo dominara, sino del lugar más cerca del corazón para que los dos pudieran amarse para siempre.
Ella debía ser la ayuda idónea para respaldar, consolar y sostener a Adán. Sería su complemento perfecto.
Se podría decir que ella sería flexible y blanda, él fuerte. Ella la seguidora, él el líder de la familia. Desde el principio Dios se propuso construir un mundo edificado sobre el cimiento de la familia, comprendido por el padre, la madre y los hijos.
El hogar necesita de fuerzas cohesivas para que pueda ser un refugio para las tempestades de la vida, una cuna segura y un aula donde los hijos aprendan. Entonces, ¿cómo mantenerse unidos firmemente durante toda su existencia?
La respuesta divina para esto fue el sexo, en su significado más puro, limpio, elevado, generoso y noble, llevando el sello de Dios.
Él creó a la mujer para llamar la atención al hombre, y juntamente con esta atracción surge espontáneamente el deseo de proteger a tan preciosa criatura y de proveerle lo necesario para su sustento.
Pero Dios tiene otro propósito mayor en cuanto al sexo. El hogar debe mantenerse unido. Su plan incluye las relaciones sexuales íntimas que deleitan y satisfacen tanto al hombre como a la mujer todos los días de su vida matrimonial.
No es cosa nueva decir que los hombres tienen una necesidad física de contacto sexual. El cuerpo de la mujer está divinamente dispuesto para responder a esa necesidad de la misma manera en que el varón satisface los deseos de su esposa.
Así es como debe ser. Su mutua necesidad sexual es el medio en que Dios los mantiene juntos. No es puramente en el terreno físico. Él la ama a ella y ella lo ama a él.
El plan trae propósitos nobles y elevados. Mientras el aspecto espiritual se mantenga en alto, habrá éxito y los hogares serán felices.
Pero da tristeza reconocer que muchas personas han decidido trastornar el plan divino. El sexo en la actualidad está rodeado de muchos peligros, muchos caminos equivocados y pecaminosos.
Todo empezó por la desobediencia de Adán y Eva cuando fueron tentados por Satanás. Por eso Dios dictó leyes muy sabias.
Ante aquella caída de la primera pareja, el Señor mandó que el hombre tendría que trabajar y ganarse su alimento con el sudor de su frente. El trabajo ya existía, pero ahora implicaba el esfuerzo extra. Esto es una bendición porque así mantiene su cerebro y sus manos en una labor útil.
Ahora la mujer padecería partos acompañados de dolor. También está el mandato de que ambos deben ser leales el uno al otro y está prohibida la promiscuidad sexual.
Cierto es que la vida sexual en el día de hoy no es lo que era en esa época. Sin embargo, si se obedecen los grandes principios de Dios y si honradamente se busca su voluntad y su bendición, todavía habrá más gozo, placer, éxito y felicidad en la vida sexual entre el esposo y la esposa.
Esto es especialmente cierto en aquellos cuyas vidas han sido lavadas por la sangre de Cristo. Sobre ellos descansa la bendición de Dios y son fuentes de bienaventuranza y benevolencia.