El matrimonio exige respeto

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Dios se interesa en usted y ha preparado una ayuda para la situación en que se halla su matrimonio

Por Jorge García Jain

—Mamá, ¿qué dicen los novios cuando se casan?

—Prometen amarse, respetarse y ser siempre amables y cuidadosos de la felicidad el uno del otro.

La niña, que había visto muchas escenas desagradables entre sus padres, reflexionó un momento y dijo: —Entonces, mamá, ¿verdad que tú y papá nunca se casaron?

Efectivamente, hablan más nuestros hechos que nuestras palabras. Cuando el respeto y la amabilidad, entre otras acciones, pasan a formar parte del pasado, los efectos difícilmente serán ocultados.

Evoque el hermoso día en que usted estaba frente al altar y prometía amar y respetar a su pareja hasta que la muerte los separara. Ahora, compárelo con el presente; tal vez le impresione lo contradictorio entre aquellos deseos y la realidad actual. Quizá también surja un vislumbre de dolor por ello, pero la persona que desea en lo profundo de su corazón un cambio, lo podrá tener si sigue algunos sencillos consejos.

Para empezar, Dios se interesa en usted y ha preparado una ayuda para la situación en que se halla su matrimonio.

Al correr del tiempo, la consideración y el respeto son menos frecuentes en el hogar. El varón, quien más adolece de este mal, al manifestar sus desacuerdos o estados de ánimo negativos, grita con enojo y expresiones vulgares hacia los suyos; o más aún, llega a golpearlos.

Cuando no le agrada lo que le preparó su pareja grita:  —¡Mi mamá hacía mejor comida que tú!

Y cuando él descansa, si alguien hace ruido, explota: —¡Cállense que no me dejan dormir!

Para sí mismo, él es la persona más importante de la casa, por lo que merece paz y tranquilidad, aunque su pareja esté igual o más fatigada que él.

Cuando quiere ver su televisión (sí, la suya) hace a un lado a quien esté en su sillón favorito y cambia el canal porque también alega que necesita divertirse. Si alguien habla o hace ruido, grita lo que venga a su lengua (puesto que tal vez no llegue primero a su cerebro). Siendo el hombre que así actúa, la mujer soporta todo sumisamente, porque él es su “señor” y el “padre de los hijos”.

También la ausencia de respeto se hace patente en las críticas negativas y humillantes acerca de los defectos de la pareja, como lo muestran las expresiones: “Estás muy gorda”, “Arréglate bien” o “Cambia de peinado, ¿no?”. También el hombre llega a recibir expresiones que lo denigran u ofenden, aunque en menor grado y frecuencia. Hemos oído frases como: “Eres un idiota”, “Poco hombre”, etc.

Donde existen estos tipos de padres se originan neurosis familiares, y los hijos manifestarán los efectos en diferentes formas, sea en la escuela, la casa o la calle.

Si lo anterior es su caso, ¿ha pensado si esto no será una repetición de la conducta a la que estaba acostumbrado antes de casarse? ¿Lo considerarán como aquel al que los demás tenían que atender y soportar, simplemente por ser el hombre o por sostener a la familia? Tales actitudes son costumbres muy arraigadas en nuestra cultura, parte de la desdicha de muchas familias.

Ante esta problemática viene a la mente una frase del apóstol Santiago: “Ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”.

Veneno que mata lenta pero seguramente el afecto, el cariño y hasta el amor en aquel a quien es inoculado, emponzoñado con rechazo, rencor y odio, para después sucumbir al divorcio o a una relación familiar amarga y fría.

¿No hay manera de evitar estas expresiones o actitudes? No necesariamente se ha de aplicar una técnica rebuscada, puesto que las respuestas sencillas suelen ser las de mayor efectividad.

La sugerencia de la terapia bíblica es como el escritor Santiago dice: “Acércate a Dios y Él se acercará a ti. . . purifica tu corazón. . . aflígete, lamenta y llora. . . Humíllate en la presencia del Señor, y él te exaltará”.

Y después de que tenga unos momentos para estar con Dios, levántese con una nueva perspectiva de su matrimonio y sea lo suficientemente fuerte como para pedir perdón a su pareja y a sus hijos, y prométales que cambiará. Además, aplique el consejo de Pablo que dice: “Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal”.

Al llevar a cabo esto, usted empezará a experimentar algo diferente. Habrá entrado en la dimensión de Dios, y su hogar exhibirá los cambios positivos hasta llegar a una vida mejor. Si es necesario, hágase asesorar por una persona con experiencia en estos menesteres, como un pastor o un consejero matrimonial.

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