Sobreviví a una doble tragedia
Su esposo llegó a casa, estacionó el auto y al bajarse se desvaneció. Minutos después falleció
Contado a Rebeca Lizárraga R.
Arcelia Santillán recuerda el momento en que vivió una doble tragedia. Su esposo, don Adán Fuentes llegó a su casa en Xochimilco, al sur de la Ciudad de México. Estacionó en la cochera su automóvil y al bajarse se desvaneció. Fue un infarto al corazón. Ese día, el 11 de abril de 2014, en Xochimilco se celebraba una de las grandes fiestas patronales. Por eso ni la ambulancia ni ningún servicio médico llegó a tiempo. Minutos después del infarto, murió.
A la tragedia de perder a su esposo se le sumaba otra: a ella le habían detectado cáncer. De hecho, apenas unos días antes habían leído juntos el reporte médico. Arcelia recuerda que don Adán leyó en absoluto silencio. Se dio cuenta de la gravedad del problema.
“El Padre Celestial me sostiene y me defiende”, afirma Arcelia, “y lo hace en el presente como en el pasado”. Al recordar esos días de abril de tanto dolor también reflexiona en los acontecimientos que imposibilitaron que llegara el auxilio médico para su esposo.
Xochimilco vive en medio de la idolatría y el fanatismo. Sus tradiciones inundan las calles, canales, plazas e iglesias y están profundamente insertadas en la familia. La insistencia que ejercen para que todos cumplan con la parte de la tradición que les corresponde, es fuerte.
Arcelia, vivió desde pequeña en Xochimilco, aunque no nació ahí por lo que su familia no vivía tan fuertemente el tradicionalismo y la idolatría. Por otro lado su esposo aunque no aceptaba las fiestas y tradiciones, venía de una familia que sí lo hacía. Ellos ejercían una presión tan fuerte, que lo obligaban a complacer sus exigencias al grado de convertirse en la prioridad, mientras que su esposa y sus hijos pasaban a un segundo término.
Cuando murió el papá de Arcelia, hace más de 30 años, ella sintió una gran ausencia, desconsuelo y dolor. Su papá la consentía, la apapachaba, le daba consejos y era muy cariñoso con sus nietos, hijos de Arcelia y Adán.
Viviendo ese dolor y esa ausencia, Arcelia admiraba a Meche. Ambas eran maestras en la secundaria. Una vez le preguntó: ¿Cómo es que siempre estás tan contenta y con buen ánimo? Meche le habló de Jesús, la razón de su felicidad, quien por amor murió en la cruz para darnos vida abundante y gozosa.
Arcelia y sus hijos creyeron en Jesús y le aceptaron como su Salvador. Ahora, con Jesús en su vida Arcelia volvió a tener a un Padre amoroso, el cual le daba seguridad y dirección en su vida.
A pesar de que su esposo no se oponía a sus reuniones de estudio de la Biblia o a que asistiera a los cultos en una iglesia cristiana lejos de Xochimilco, siempre estaba atento a los requerimientos de su madre y hermanos en relación a las tradiciones y fiestas de Xochimilco. Varios de ellos, aprovechando el proceso y celebración de las fiestas, encontraban la manera de demostrar que ellos pertenecían a las familias más pudientes de Xochimilco.
Al morir la mamá de don Adán, sus hermanos cambiaron con él. Ahora le externaban celos y envidia en lugar de unidad y cariño familiar. La relación empeoró cuando los negocios de don Adán sufrieron un fuerte quebrantamiento. Entonces todos le dieron la espalda.
Don Adán volvió la mirada a su esposa e hijos que sí estaban con él en medio de la dificultad. Entonces clamó a Jesús y le pidió que entrara a su corazón, perdonara sus pecados y fuera su Salvador personal.
La paz y el gozo llenaron su vida. Y poco importó ya la reacción de los parientes o de los que habían dicho que eran sus amigos. Ese dolor se quitó con el amor de Dios y Don Adán, Arcelia y sus hijos pudieron convivir con mayor gozo como familia.
“Cuando una mujer enviuda se siente desprotegida y débil”, afirma Arcelia recordando ese día. Pero el tener a Cristo como su Salvador y Padre le ayudó a sobrevivir la doble tragedia.
“Ante el impacto del cáncer y la viudez, me siento fortalecida al saber que mis hijos confían en el Señor. Eso me llena de paz porque Él está conmigo y también con ellos. Él me protege y me defiende”.