Me encaminó a las drogas y luego a Jesús
Mi vida se volvía loca con los efectos del resistol, de las pastillas y más
Por Ramón Verduzco Cital
Mi padre falleció cuando yo tenía once años, y desde ese momento me sentí desorientado. Pero doy gracias a Dios por tener una madre, que a la muerte de mi padre se esforzó por ayudarme a terminar mis estudios de secundaria.
Tenía quince años cuando un joven de mi ejido, de Los Suárez, Sinaloa, me introdujo a las drogas. Poco a poco fui esclavizándome con la ayuda de ese amigo. Tuve curiosidad por conocer el efecto de la mariguana y un día no pude resistir, supe por primera vez las consecuencias de la mariguana. Desde ese momento empezó una etapa de mi vida que iría de mal en peor.
Como joven que era, me gustaba viajar por diferentes lugares, y en cada lugar sentía que me perdía más y más en el vicio. Mi vida se volvía loca con los efectos del resistol, de las pastillas y todo eso. En esas condiciones anduve por cuatro años y medio. Junto conmigo sufría mi familia.
Un día regresé a mi pueblo completamente perdido y repudiado por mis conocidos. Hablaban de un joven “loco, drogadicto con pantalones de pechera”. Nadie me mostraba confianza. Sentía que nadie me quería y en realidad yo estimaba mi vida muy poco.
Solamente un joven, Monchi Ruiz, el mismo que me había encaminado a la perdición, hizo amistad conmigo. Él supo comprenderme. Ya había aceptado a Cristo como su Salvador y pude ver un sincero interés del Monchi, por mí. Empezó a hablarme de la Biblia. No era un libro nuevo para mí, pues de niño iba a la escuela dominical que la familia misionera Tadeo empezó en nuestro ejido.
Monchi y yo leíamos algunas partes de la Biblia, pero después volvía a los vicios. Así viví por un tiempo. Poco a poco empecé a relacionarme con otros hermanos de la Iglesia Evangélica Menonita de Los Suárez, quienes me decían: “Dios te ama, Dios te puede cambiar. Dios nos ha cambiado a nosotros”.
Yo los escuchaba pero cuando se retiraban decía: “Están locos. ¿Cómo voy a cambiar? Quizá más adelante”.
Tiempo después pensé diferente, estando cansado y cargado de maldad y de problemas. En Nogales, Sonora, trabajando con mi amigo Monchi, lo acompañé a un Centro Cristiano. Escuché ahí el testimonio de un joven de mi edad. Lo que él dijo de su vida pasada perdida, se relacionaba con mi vida.
Cuando él hizo el llamado para aceptar a Cristo empecé a temblar. Algo me decía que yo debería pasar y entregar mi vida a Cristo. Pero no fue sino hasta la segunda noche, que fui al altar y allí, postrado de rodillas le entregué mi vida a Dios. Era la noche del 19 de mayo cuando mi vida tomó una nueva dirección.
Ahora sirvo a Cristo y soy presidente del grupo juvenil de las Iglesias Menonitas del Noroeste de México. Ahora estoy viviendo los días más felices de mi vida.
Publicado por primera vez en la revista El Mensajero