Inversión de amor
Me cuestioné a mí misma si valía la pena trabajar a costa del tiempo que debía brindar a mis hijos
Por María de Jesús Badillo R.
La más pequeña de mis cuatro hijos, a sus cinco años me dijo: “Mami, mami, te extraño mucho. Siempre me levanto temprano para verte y tú ya te fuiste al trabajo. Y en la noche te busco antes de dormir y tú aun no llegas”.
Me dejó atónita; solo le respondí: “Es que mami trabaja, pero siempre estás en mi corazón. Siempre me acuerdo de ti”.
Ella contestó: “Yo también ¿No has sentido como a las once de la mañana, a la hora que salgo al recreo, una manita que acaricia tu mejilla?”.
Entendiendo, le dije: “¡Ah, claro que sí! Sí, la siento sobre mi cara”.
“Mami, ¡soy yo! Yo te mando caricias. ¡Qué bien que te llegan!”.
¡Cuánto dolor me causó esta escena! Me cuestioné a mí misma si valía la pena trabajar a costa del tiempo que debía brindar a mis hijos, en especial a esta pequeña.
Me puse en oración, le pedí perdón a mi Padre Celestial, abrí mi Biblia y encontré citas que hablaban del hogar y de la casa, y esto quebrantó más mi corazón. Finalmente leí: “Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo”.
Reflexioné cuánto amor había dejado de proveer para los míos, cuánto cuidado. Gracias a Dios pude salir del trabajo que desempeñaba de tiempo completo, lo reduje a unas cuantas horas y he podido reír, llorar y gozarme con mi especial tesoro, mi familia.