La aflicción de Teresa

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Triste y desilusionada caminaba secándose las lágrimas que surcaban sus mejillas

Por Guillermina Morales

Teresa había salido de su hogar sin rumbo fijo. Era la enésima ocasión que había tenido una discusión con su esposo, quien a pesar de muchos ruegos y súplicas no abandonaba el vicio de la embriaguez.

Por la calle iba pensando en lo que le parecía inevitable: la separación. Sin embargo, algo dentro de ella le hacía pensar a dónde llegaría su esposo sin ella, pues se había quedado sin trabajo y sin ninguna ayuda económica. Triste y desilusionada caminaba secándose las lágrimas que surcaban sus mejillas.

Al pasar por la puerta de una pequeña capilla evangélica, alguien le puso la mano en el hombro.

—¿Qué tiene, mujercita? ¿Por qué llora? Pase un momento a descansar o a llorar a gusto, pero pase.

Teresa entró al templo. Allí escuchó el mensaje salvador, allí supo que hubo “UNO que llevó nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores” y lo que es más, la amaba desde la eternidad lo mismo que a su esposo y por ellos había sufrido en la cruz el castigo que todo pecador merece.

Allí mismo Teresa entregó su vida al Señor Jesucristo. Por la fe lo recibió en su corazón y depositó en sus benditas manos la vida de su esposo.

Teresa es ahora una evangelizadora constante. Su marido vino al Señor. Sus familiares, que son muchos, todos han escuchado de los labios de aquella noble mujer, la bella historia que trae perdón, paz y consuelo al corazón atribulado, pero sobre todo, que convierte a los hombres en nuevas criaturas en Cristo Jesús.

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