Era el único soltero

Foto por Erick Torres

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La espera obediente del amor

Por Eliseo Chung Pérez

Le hablaron de Dios y en un momento de crisis emocional, decidió escuchar un poco más y conocerlo. Adquirió el hábito de leer la Biblia diariamente y empezó a comprender sobre la condición espiritual del hombre y los buenos deseos de Dios.

Entre sus nuevas amistades de estudio bíblico, oyó que la fornicación era pecado. El comentario le irritó, ya que era una de sus debilidades y lo practicaba desde muy temprana edad. Además, él no creía en el matrimonio (por ser hijo de padres divorciados) y tenía la firme convicción de que un contrato como ese nada más servía para complicar la existencia.

De su generación, él era el único soltero. Sus amigos vivían en unión libre, se estaban divorciando, o tenían un matrimonio de apariencia, lo que lo hacía aferrarse más a su manera de vivir: cambiando de pareja constantemente, hasta que Dios le habló a través de lo que dice el apóstol Pablo en su primera carta a los corintios, capítulo 6, versículos 9 y 10: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios”.

Leyó el pasaje una y otra vez. Era claro y directo. Buscó entonces saber más del tema con personas que tenían amplio conocimiento de Dios y la Biblia, quienes le explicaron por qué Dios había estipulado el matrimonio y la bendición de vivir una unión aprobada por Dios.

Él había sido popular durante toda su vida y las mujeres no escaseaban.

A sus cuarenta años aun levantaba suspiros de jovencitas, con las que sostenía relaciones y la mayoría de las veces les doblaba la edad. Pasó noches enteras meditando aquello, con interminables diálogos internos que le robaban el sueño, pues no estaba dispuesto a dejar ese acto que alimentaba su ego y lo llenaba de placer.

El día menos esperado, después de la infidelidad de su pareja, decidió obedecer a Dios. Los siguientes años de abstinencia fueron los más difíciles de su vida, luchando contra sus deseos y la tentación.

Hoy reconoce que hubiera sido sencillo ceder y sin duda Dios le habría perdonado algún desliz. Pero se mantuvo aferrado en oración, mientras comprendía más de las Escrituras y esperaba paciente por la esposa que el Señor le daría, y si no se la daba, también estaba dispuesto a aceptarlo, luego de haber vivido por tanto tiempo en desobediencia.

Y mientras más lo analizaba, entendió que su pasado solo le había creado un tremendo vacío. Ese entendimiento lo entristeció, pues en su ignorancia lastimó muchos corazones, incluso el suyo, pues en cada relación imperaba la desconfianza y el egoísmo.

A sus 43 años, el Señor respondió a sus muchas oraciones: Desde que se vieron por primera vez en una reunión, supieron que era Dios quien los había citado allí, para pronto unirlos en un matrimonio sólido y confiable, porque fueron obedientes y decidieron esperar.

Ahora están casados, en un ambiente de paz y confianza, pues el amor que sienten por Dios, es mayor que el que sienten el uno por el otro y les garantiza fidelidad.

Solo alguien que ama a Dios, puede realmente, amar a alguien más.

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