Gabriela Mistral y la Biblia
Activa lectora de las Sagradas Escrituras. Lo muestra en muchos de sus versos
Por Luis D. Salem
Recuerdo con emoción el día en que por primera vez leí los poemas de Gabriela Mistral, la ilustre poetisa chilena, Premio Nobel 1945.
En aquella época cursaba yo la escuela primaria en un humilde plantel de mi nativa aldea. Mi maestra de quince años de edad, tímida y contemplativa, gozaba más en la lectura de buenos libros que en sus deberes pedagógicos.
Yo la miraba con ojos de quien empieza a sentirse atraído hacia el bello sexo y ella casi siempre estaba con sus ojos clavados en un libro.
Una tarde, aprovechando un descuido de mi joven educadora tomé el libro y me lo llevé a la casa. Se trataba nada menos que de una colección de poemas de Gabriela Mistral.
Como fui el niño mimado de mi familia, mi buena madre, pese al enojo de mis hermanos, me libraba de muchos quehaceres hogareños, dejándome así tiempo libre que yo procuraba utilizar en alguna lectura ya que, dicho sea de paso, jamás he sido amigo de los juegos ni de entretenimientos sociales.
Ya en mi casa, busqué un lugar solitario donde me dediqué a la lectura del libro que acababa de apropiarme. Y grande fue mi alegría al leer estrofas como estas:
Velloncito de mi carne
que en mi entraña yo tejí;
Velloncito de mi carne,
duérmete apegado a mí.
Y páginas después:
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa,
con zapatitos de oro
¿cómo juega en las praderas?
Y, cuando la noche llegue,
a mi lado no se acuesta…
Yo no quiero que a mi niña
la vayan a hacer princesa.
En otro lugar vi cómo la ternura de aquella sin par mujer, subía a regiones sublimes, al contemplar con honda tristeza a los pequeños pordioseros tan comunes en estos países iberoamericanos:
Piesecitos de niños azulosos de frío
¡cómo os ven y no os cubren, Dios mío!
Por las escalas brillantes de la literatura y de la pedagogía, Gabriela Mistral subió a cimas que jamás había soñado. En su poema Miedo afirma que sus plantas nunca llegarían a pisar un palacio:
Yo no quiero que a mi niña
me la vayan a hacer reina,
la llevarían a un palacio
a donde mis pies no llegan.
Pero la verdad fue otra. Un día, mientras prestaba sus servicios como cónsul de la patria en Petrópolis, Brasil, un cable le anunció que se le acababa de otorgar el Premio Nobel de Literatura 1945. Para recibir dicho galardón se fue a Estocolmo, Suecia, donde penetró en un palacio y recibió el premio de manos del soberano de aquel país.
Gabriela Mistral fue activa lectora de las Sagradas Escrituras. Prueba de ello se halla en muchos de sus versos:
Padre nuestro que estás en los cielos,
¿por qué te has olvidado de mí?
He aquí un ejemplo, tomado al azar.
“De la Biblia”, dice don Luis Alberto Sánchez, escritor peruano, “adquirió su majestuosa sencillez”.
Cabe también citar el testimonio que ella misma escribió en las páginas blancas de su Biblia, un hermoso ejemplar de la Biblia Reina-Valera, de donde lo tomó un cronista del diario La Nación, de Santiago de Chile, donde fueron publicados.
Copiamos solo algunos fragmentos del inmortal documento:
Libro mío libro, en cualquier tiempo y en cualquier hora,
bueno y amigo para mi corazón, fuerte, poderoso compañero.
Tú me has enseñado la inmensa belleza y el sencillo candor,
la verdad sublime y sencilla en breves cantos.
Mis mejores amigos no han sido gentes de mis tiempos;
han sido los que tú me diste: David, Ruth, Raquel, María. . .".
Y como broche de oro, la siguiente estrofa del poema Mis Libros, leído en memorable ocasión en esta Ciudad de México:
¡Biblia, mi noble Biblia!
panorama estupendo,
en donde se quedaron mis
ojos largamente,
tienes sobre los Salmos
las lavas más ardientes
y en su río de fuego mi
corazón enciendo.