Tiempo fuera

Foto por Diana Gómez

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Dios permitió ese accidente para que me diera cuenta de que no puedo huir de Él

Por Laura García

¡Creo que se me rompió el tobillo! Fue lo único que pasaba por mi mente al bajar del camión. Paralizada y mareada por el dolor pensaba: “¿Qué voy a hacer ahora que tengo tanto trabajo?”.

En Milamex estábamos preparándonos para la Gala de Belleza. No somos muchos y yo estaba encargada de muchos pormenores. ¿Quién iba a entender mis anotaciones? No dejé nada preparado. Mi cabeza buscaba posibles candidatas para cubrirme. Pero eso no era todo, ¿quién me supliría en el despacho? Con el fin de apoyar a un familiar, había aceptado un segundo trabajo al cual me iba corriendo al terminar mi horario en Milamex.

El intenso dolor había pasado a segundo término. Estaba enojada y frustrada.  Le pregunté a Dios: ¿Y ahora qué más me puede pasar, de qué se trata… qué quieres conmigo?

De momento, escuché la voz de mi hermana que me decía: “Güera, Dios te quiere quieta y con Él. ¿Qué más esperas que te pase, para que lo voltees a ver?”.

Dentro de mí y con dolor en mi corazón me decía: “¿Por qué ahora? No quiero dejar de hacer lo que me gusta. ¿Qué va a pasar con lo que tengo que pagar? ¿Cómo le daré su gasto a mi mamá y el apoyo a mis hermanos? Primero la muerte de mi papá y ahora esto. Ya es demasiado. ¡No quiero irme a la banca, no quiero, no quiero!”.

Hablé con mi jefa para decirle lo que había pasado. Me sentía avergonzada e irresponsable. Le insistía que me dejara estar el día del evento para trabajar, al fin estaría sentada. No sabía lo que decía, porque después tuve unos fortísimos dolores.

Más de una vez me dijeron que lo viera como una oportunidad para descansar. Para tener un tiempo con mi familia y con Dios. Para leer su Palabra y algunos libros. Yo bromeaba diciendo que era muy bíblico lo que me había pasado, Dios me rompió la pata como a las ovejas rebeldes. Y pensaba: Estoy en la sala de espera de Dios.

Una amiga me dijo: “No puedes seguir escapando. No puedes ser una perfecta actriz fingiendo una doble vida. Ya no luches, no te lastimes más y deja que Dios obre”.

Sin ganas escuchaba algunos devocionales. Alguien me recomendó la página de su Iglesia para ver el culto en vivo, ya que no podía moverme. Después de mucha insistencia lo hice. Sin saberlo abrí la puerta para mi encuentro con Dios. Allí estaba Él, con su vara para corregirme y con sus brazos para sostenerme y decirme cuánto me amaba.

Mi espíritu se despertó al escuchar las alabanzas. Fue tan inexplicable lo que sentí, que me salí de la transmisión. La segunda ocasión entré por curiosidad, pero sentí lo mismo. Esta vez solo estábamos Él y yo. Su Palabra fue tajante y muy directa. Me confortó y me humilló, pero me abrazó y más de una vez me dijo que me amaba.

Dios permitió ese accidente para que me diera cuenta de que no puedo huir de Él. Él me llevó al desierto para que oyera su voz y nada robara mi atención. Pasé por tres tipos de desiertos. El de la soledad, el del despojarme y el de la disposición.

En la soledad, estuve lejos de familia, trabajo y amigos. En calidad de espectadora para darme cuenta de que no soy indispensable. Para reflexionar en que no debo tomar un papel que no me corresponde. Estar sola me ayudó a ver el poder de Dios y su gloria.

Al despojarme, entendí que era necesario quitar mi arrogancia, altivez, enojo, frustración y dolor. Soltar mis sueños, anhelos y planes, y entregarle todo a Él. Fue como desnudarme.

Y la disposición fue para empezar de nuevo. Cerrar ciclos y entrar en el proceso de restauración en mi vida. Ponerme vestiduras nuevas.

Dios me ha dicho con claridad que su luz me guiará y su sombra me protegerá, que jamás estaré sola porque su Espíritu irá conmigo.

Hoy bendigo a Dios, porque gracias a la fractura de mi pie tuve mi reencuentro con Él. Sé que el Señor no ha terminado conmigo y que después de la derrota viene mi victoria. Estar en el desierto obró mi restauración. Cada vez que me duela el tobillo recordaré cómo me ha bendecido Dios.

Su Palabra me asegura que Él siempre ha estado y estará conmigo a pesar de las circunstancias.

“Recuerda cómo el Señor tu Dios te guió por el desierto durante cuarenta años, donde te humilló y te puso a prueba para revelar tu carácter y averiguar si en verdad obedecerías sus mandatos. Sí, te humilló permitiendo que pasaras hambre y luego alimentándote con maná, un alimento que ni tú ni tus antepasados conocían hasta ese momento. Lo hizo para enseñarte que la gente no vive solo de pan, sino que vivimos de cada palabra que sale de la boca del Señor.  En todos esos cuarenta años, la ropa que llevabas puesta no se gastó, y tus pies no se ampollaron ni se hincharon. Ten por cierto que, así como un padre disciplina a su hijo, el Señor tu Dios te disciplina para tu propio bien” (Deuteronomio 8:2-5).

El deseo de mi corazón es reflejo de lo que Pablo le dice a los creyentes de Éfeso: “Entonces Cristo habitará en el corazón de ustedes a medida que confíen en él. Echarán raíces profundas en el amor de Dios, y ellas los mantendrán fuertes” (Efesios 3:17).

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