Las marcas de la careta

Foto por Areli Peña

Foto por Areli Peña

La careta cobra factura al final del turno.

Por la doctora Areli Peña Ramírez

¿Qué se vive detrás de la careta? Incertidumbre y miedo a contagiarse en el hospital, por algún paciente o por no hacer las cosas de forma adecuada. Temor de llevar el virus a casa y contagiar a la familia. Angustia por ver morir a compañeros y pacientes constantemente.

El virus del COVID-19  se contagia por tres mecanismos principales: gotas respiratorias, contacto con superficies contaminadas y al inhalar partículas infectantes. Los síntomas pueden ser leves y aumentar de forma gradual, hasta llegar a ser muy severos provocando neumonía, dificultad para respirar e incluso la muerte. Por eso es importante el lavado frecuente de manos, usar alcohol en gel y cubrebocas.

Sin embargo para el personal de salud el panorama cambia. Aquí aplica el uso de mascarillas médicas, respiradores del tipo N95, gogles, caretas y vestimenta especial. Es una experiencia muy impactante. Es incómodo, se siente calor, provoca sudoración y deja marcas en el rostro al punto de lesionar las capas superficiales de la piel.

No es posible satisfacer las necesidades básicas como beber agua, comer o ir al baño, hasta el término de la jornada laboral; porque implica desvestirse y volverse a poner el equipo de protección, lo cual es todo un ritual pues si no se hace bien se corre el riesgo de contagiarse por mala técnica o descuido.

Esto es tan inhumano por fuera como por dentro. La careta cobra factura al final del turno. Las cicatrices de batalla aparecen en el reflejo del espejo. La propia respiración detona un monstruoso dolor de cabeza debido a la continua inhalación de dióxido de carbono.

Todos los días existe la sospecha de tener uno o varios síntomas de COVID-19, pero la mayoría de las veces solo es ansiedad. Ya no se sabe qué duele más, si las heridas físicas o las del alma.

En mi caso, de momentos quisiera lanzar el equipo de protección  junto con todas las emociones y correr. Pero me detiene saber que estoy ahí para alguien; para curarlo, aliviar su angustia, darle una palabra de aliento, asegurarle que no está solo y que mucha gente afuera lo está esperando. También para escuchar a mis compañeros de trabajo y decirles: “Yo siento lo mismo”.

En la Biblia encontramos: “Estén siempre llenos de alegría en el Señor... No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho. Así experimentarán la paz de Dios, que supera todo lo que podemos entender” (Filipenses 4:4a, 6-7).

Qué difícil es no preocuparme y estar alegre en estos tiempos de pandemia. Pero cuando decido dejarle todo a Dios y orar, Él actúa con poder. Cuando pongo mi fe en acción y permito que el Señor controle mi mente un día a la vez, me llena esa paz y la puedo transmitir.

Entonces ya no soy solo la persona detrás de la careta, sino que me convierto en una herramienta que está puesta en el lugar adecuado para ejercer un propósito bien trazado por Dios.  Ya no me preocupo por lo que sucederá, porque Él tiene todo bajo su control.


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