¿Cómo pudimos aguantar tanto?

Foto por Diana Gómez

Foto por Diana Gómez

En menos de un mes murieron mi esposo, dos hijos y mi nieta por COVID-19

Entrevista a Carmen García de la Rosa

Relatado a Rebeca Lizárraga Raygoza

Doña Carmen, la coordinadora del Mariachi El Rey Viene, perdió en cuatro días, a causa del COVID-19 a su esposo y a dos de sus hijos. Y tan solo doce días después, a una de sus nietas.

Además, en esos mismos días otros veinticuatro miembros de la familia estuvieron enfermos de gripe, con dolor de cabeza y de cuerpo, experimentaban debilidad, temperaturas altas y problemas cardiacos. “¿¡Señor, qué pasa!?”, decía doña Carmen, en esos días de intenso dolor.

Su hijo Alfredo, de 42 años, murió el pasado 28 de abril de 2020. Dos días después, el 30 de abril, murió su hijo José Luis, de 45 años, trompetista del Mariachi. El primero de mayo murió don Gregorio, de 75 años, su esposo. El 13 de mayo murió su nieta Viridiana Báez, de 32 años, dejando a sus tres hijos pequeños.

Los vecinos los miraban con desprecio o miedo y se alejaban. “Esos están malditos”, decían. También se corrió la voz entre amigos pidiendo que nadie se  acercara a ellos para que no se contagiaran. Tomaron una distancia cruel.

“¿Cómo pudimos aguantar tanto?”, se pregunta doña Carmen. “Porque Dios nunca nos dejó. Yo me agarraba fuerte de la mano de Dios. Solo así podía enfrentar un dolor tan grande. Pero así como sufrimos, también tuvimos grandes bendiciones”.

“Este tiempo nos hizo reconocer el valioso tesoro de salvación y vida eterna que tenemos en Jesucristo por su muerte en la cruz. Ellos cuatro están ahora gozando de una vida eterna hermosísima. Mi esposo Gregorio, trompetista del Mariachi; mi hijo Alfredo, quien era pastor en la Iglesia que tenemos en la parte baja de la casa; mi hijo José Luis, trompetista y mi nieta Viridiana, están con Dios. Los extrañamos y sentimos mucho su ausencia. Pero allá están con Él”.

Doña Carmen tiene una vida extraordinaria. Muy jovencita se casó con Gregorio, los dos eran originarios de Puebla. Sin embargo la familia padecía un problema. Don Gregorio hacía rótulos y diversos anuncios pero no le gustaba mucho trabajar aunque sí bebía mucho y la familia se multiplicó, pues tuvieron diez hijos.

Con el afán de sobrevivir y de que no faltara el pan, doña Carmen, en su juventud se vino junto con sus hijos a la Ciudad de México y a los pocos días llegó don Gregorio. Siguieron viviendo con serias dificultades económicas a lo largo de los años.

Un día una amiga la invitó a una iglesia cristiana. Ahí vio una película donde contaban el mensaje de salvación. Doña Carmen aceptó a Cristo en su corazón y don Gregorio también. Él la había seguido a la iglesia sin que ella se diera cuenta.

Dios obró con poder y vivieron una serie de cambios importantes como familia. Ante todo, Gregorio dejó de beber y empezó a trabajar. Los hijos mayores también trabajaron y juntos establecieron una familia armoniosa. Hace 35 años integraron el Mariachi El Rey Viene, por medio del cual con canciones y alabanzas anuncian el Evangelio por el sureste del país y en los alrededores de la ciudad de México.

La iglesia cristiana que formó la familia Báez García está ubicada en la colonia María Isabel, en Valle de Xico, municipio de Valle de Chalco, Estado de México. “Me quedé sin mi pastor”, dice ahora doña Carmen, “y sin mis dos trompetistas, que eran mi hijo José Luis y mi esposo. Hoy ya están ensayando otros dos muchachos para sustituir a los que se nos fueron”.

Doña Carmen recuerda con lágrimas cómo el primero que se sintió mal fue su hijo Alfredo. Lo llevaron al doctor. No les dijeron que era COVID-19, pero sí tenía los síntomas. Dos días después otro de sus hijos, José Luis, se sintió mal. Pidió que lo llevaran al hospital de Iztapalapa a donde pocas horas después también llevaron a Alfredo.

En las primeras horas de hospitalizado Alfredo presentó mejoría y los familiares dijeron contentos que había podido comer un poco. Hasta se habló de que podrían regresarlo a su casa. Carmen abrigó esperanzas pero al día siguiente Alfredo murió. Cuando fueron por el cadáver para tramitar el entierro, un hijo de José Luis, le avisó a Carmen que su papá ya no estaba respondiendo a la medicina. “Ten misericordia de nosotros, Padre. Ya te llevaste a Alfredo, déjame a José Luis”, rogaba Carmen. “Toma mi vida, llévame a mí, déjalo a él”.

En el hospital, el doctor que atendía a José Luis les dijo que él tenía una bacteria en el cerebro, de tal manera que aunque lograra salir de esta crisis, no quedaría bien. Carmen se fue a su casa a orar por la vida de José Luis. Una hora después sonó el teléfono y le avisaron que ya había fallecido. Toda la familia lloraba por el fuerte impacto de una muerte tan rápida. Carmen seguía en oración, sin llorar. “No sé cómo me sostenía mi Dios”, señala.  

En el entierro de José Luis, llegó un mariachi a tocar canciones muy sentidas y fue mayor el llanto de todos. El mismo día del entierro, su esposo Gregorio empezó a sentirse mal.

Carmen recuerda que al verlo tan decaído le dijo:

—¿Te quieres ir con tus hijos?

—Sí.

—Ah, mira ¿y me quieres dejar sola?

—No, no te dejaré sola —le contestó Gregorio.

Carmen se fue a pedirle a Dios por su esposo.

—Ya te llevaste a mis dos hijos, ¿ahora también a mi esposo? Pues gloria a tu nombre, Señor.

Siguió rogando por su esposo. La familia decidió llevarlo al hospital. Lo ayudaron a ponerse en pie. Carmen se acercó a Gregorio y le acomodó y cerró los botones de su suéter.

— Aquí te espero —le dijo con cariño.

A los diez minutos de haber salido lo trajeron de regreso. Una de sus nueras le dijo: —¡Ya se murió mi suegro!

Un gran dolor le rompía el corazón. Le preguntaban y ella decía que estaba bien, “pero por dentro me estaba muriendo”, recuerda Carmen.

También se habían enfermado sus hijos Gregorio y Beto. Los vecinos y amigos seguían diciendo que estaban malditos. Más miembros de la familia enfermaron.  

Entonces Viridiana también se enfermó. Ella había tenido una vida en rebeldía a Dios. Carmen fue a visitarla y ella le decía que no se acercara ni la tocara. Carmen la tocó y empezó a orar con ella pero en medio de la oración a Viridiana le daban crisis, se rebelaba y le decía:

—Usted no cree en la medicina, ¿verdad?
—Yo creo en Jesucristo. Él es mi Médico y es mi Salvador, me sana y me salva.

Ya antes le había dicho que no le hablara de Cristo. Viridiana estaba enojada y le decía: “tengo odio y rencor”. Pasó esa noche con ella, orando y pidiéndole a Dios que reprendiera y echara fuera todo lo que aprisionaba a su nieta. Después de esa oración, Carmen vio cómo dos sombras salieron del cuerpo de Viridiana. 

A la mañana siguiente, Viridiana se despertó y se sorprendió al ver a su abuela. No recordaba nada de lo que había pasado en la noche, pero tenía buen ánimo y ya no mostraba esa actitud rebelde. Carmen dejó a su nieta con su familia y le dijo que regresaría.

Unas dos horas después cuando regresó, la abrazó y le preguntó si quería aceptar a Jesucristo como su Salvador. Viridiana dijo que sí y las dos oraron. Estaba en paz, pero poco después no podía respirar y tenía dolor. Llamaron a unos paramédicos quienes al verla, concluyeron que era mejor que ya no la movieran.

Al poco rato murió. Su papá, Beto, estaba inconsolable, desesperado, diciendo que cómo era posible que Dios se la llevara cuando toda la familia se dedicaba a servir a Dios. “Estamos malditos”, decía Beto y en ese momento Carmen también lo pensaba.

“Pero así como sufrimos, también tuvimos grandes bendiciones. Nos llamaron de todas partes de México y también de otros países para brindarnos consuelo y amor. Muchos hermanos nos apoyaron y nunca faltó nada para los entierros”.

La familia se ha unido mucho más. Hijos y nietos han sido transformados por Cristo. También hemos sido testimonio para otros. “Créame que la admiro”, le dijo una vecina, “porque ustedes sí viven lo que creen”.  

“Dios nunca nos dejó. Él no abandona a sus hijos”, dice Carmen.

También recuerda lo que le dijo una de sus vecinas: “Oiga, todo lo que ustedes vivieron no era para otra gente, era para ustedes, porque ustedes son guerreros. Solamente a unos guerreros les pueden ocurrir estas pruebas, otros no las aguantan”.

“¿Cómo pudimos aguantar tanto? Por la misericordia y gracia de Dios. Él está con nosotros”, asegura doña Carmen. 


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