¡Nadie sabe que estoy aquí! Voy a morir
Nunca imaginé que se pudiera gozar plenamente de las cosas sencillas
Por Emilia Aguilar Farías
—Por favor, Ruth, no insistas; no tengo ganas de ir a ese campamento que a tí tanto te entusiasma.
—Te aseguro, Claudia, que es algo muy bello, distinto a los paseos que tú acostumbras.
—Precisamente por eso me aburriré.
—Mira, te gustará compartir con jóvenes que se divierten mucho de manera sana. Los juegos y la alegría nos ayudan a profundizar en la amistad. Además en un ambiente de hermandad y comunicación compartida recibimos grandes conocimientos, útiles para la vida actual y para nuestro futuro.
—Se oye bien, pero temo que al aburrirme explote mi mal humor y a la verdad, sería muy penoso. No… mejor no voy.
Aquí estoy. Acepté la invitación de mi amiga Ruth. Lejos de la espesa niebla que ya es un acontecer cotidiano en la Ciudad de México, me encuentro frente a un soberbio paisaje de color esmeralda, entrelazado con límpidos lagos, contemplando la belleza incomparable del crepúsculo. Escucho dulces trinos y corro detrás de la simetría de colores que ofrecen las mariposas.
Mi acostumbrado mal humor todavía no aparece. Nunca imaginé que chavos de esta época pudieran divertirse en esta forma y gozar plenamente.
Qué hermosas me parecen hoy esas cosas sencillas. Dice Ruth que son muy valiosas porque Dios las hizo para mí, para nosotros, para todos.
¡Qué rara me siento! El fuego en esa fogata a mitad del pequeño llano y los muchachos reunidos alrededor, escuchando del infinito amor de Dios. Me siento extraña, muy pequeña. El fuego… ¿Qué me pasa? Quiero arrodillarme y hablar con Él, pero ¡no! No voy a imitar a los otros.
Hasta este momento no he cantado con ellos, ni han logrado que esté atenta a la meditación. Yo soy distinta. ¡No lo haré! Me voy a la cama sin que ellos lo noten.
¡Oh, qué extraordinaria la mañana! ¡Este sol! En nada se parece a lo que acostumbro mirar por la ventana de mi departamento.
—Claudia, ¡ven! ¡Vamos a caminar!
¿Qué hago? si me quedo sola me aburriré
—¡Ahí voy! Esperen.
Salgo rápido.
De verdad está hermosa la mañana. ¡Qué flores y árboles! Otra vez me siento extraña. ¿Será por lo que cantan los muchachos? “Brilla en el sitio donde estés”. ¡Qué lata! Se refiere a mí: “Puedes con tu luz algún perdido rescatar”. ¡Bah! me voy a nadar, no quiero estar con ellos.
—Claudia, ¿a dónde vas? ¡Espérame! ¡Voy contigo!
Esa latosa de Ruth. ¿Qué no entiende que estoy harta de ellos?
¡Qué buena onda! Ruth no me alcanzó. El agua está a todo dar. Me estaba aburriendo.
¡Oh! ¡Qué dolor! ¡Es un calambre! ¡Auxilio, por favor! ¡Ayúdenme!
¡Nadie sabe que estoy aquí! No puedo más. Voy a morir. Bendito Dios, ¡perdóname!
¡Papá, mamá! He sido mentirosa, mala y egoísta. ¡Perdón!
—¿Dónde estoy? ¡Ruth, Pepe! Aquí están todos. ¡Me han salvado!
—No, Claudia, nosotros no te hemos salvado. Jesucristo murió por ti, para salvarte del pecado. Nosotros solo te sacamos del lago. ¿Te sientes mejor?
—Sí, gracias, gracias. ¡Gracias infinitas a Cristo por mi salvación! Quiero orar con ustedes, quiero cantar a Dios, quiero arrodillarme aquí en el pasto. ¡Hoy de repente todo me parece diferente!