La otra perspectiva del sexo

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“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”

Por María Alma Hernández

Se dice que “todo es del color del cristal con que se mira” y este dicho puede aplicarse al tema que nos ocupa: el sexo. Analicemos brevemente cómo se ve el sexo en la actualidad.

Para el comerciante, el sexo es la mejor promoción para vender su producto, así que la publicidad para vender coches, cervezas, tenis, colchones, muebles, vacaciones compartidas y jabón, aparece todo relacionado de una forma u otra con el uso o el abuso del sexo.

Para el romántico, el sexo es una panacea, la experiencia más maravillosa y perfecta del mundo, donde el ser elegido le proporcionará felicidad ilimitada y nunca lo desilusionará o dará problemas.

Para el cine o la industria disquera, el sexo es una mina de oro, pues mientras más se explota y degrada, mayor es la demanda entre el público y mayores las ganancias que van a algunos bolsillos.

Para el libertino es solamente una relación ocasional, impersonal, de autosatisfacción sin responsabilidad alguna. Aquí no importa con quién, ni cómo, ni cuándo, ni tampoco las consecuencias tales como hijos no deseados, abortos, etc.

Para algunos es tabú, es decir, un tema intocable.

Pero hay otra perspectiva del sexo: es iniciativa de Dios. Desde el punto de vista bíblico, del hecho preciso de que no somos un mero accidente de la naturaleza, sino que somos hechura o creación de Dios, entonces el sexo tendrá el sitio que le corresponde en nuestra vida y comprenderemos su propósito real.

En la Biblia leemos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”. Enfatiza que Dios nos hizo, que nos formó a su imagen y semejanza.

Esto no quiere decir que nos hizo iguales a Él en su apariencia o en su poder ilimitado, sino que nos hizo personas. Dios es una persona y nos hizo personas también, seres pensantes, con la capacidad de razonar, de hablar, de amar y de tomar decisiones propias.

Este aspecto de que hemos sido hechos “a su imagen” podría indicar otra intrigante faceta, y es que posiblemente el hombre tiene algo de la imagen de Dios que la mujer no tiene y viceversa. La mujer manifiesta la ternura y la sensibilidad y el hombre refleja la fuerza, la creatividad y la iniciativa; ambos, hombre y mujer, se complementan uno al otro.

Podemos pues, deducir que el sexo es un invento de Dios. Desde el punto de vista divino, el dictamen de Dios acerca de su creación es el siguiente:

“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera”.

En el hebreo, el lenguaje del autor de estas palabras en el Génesis, está hablando de excelencia, de algo hecho con precisión, interés y capacidad singular. En otras palabras, Dios evalúa la creación del hombre y de la mujer y concluye: “Esto es lo mejor”.

Tres propósitos del sexo.

Pero, ¿para qué hizo Dios el sexo? Veamos tres propósitos de esta creación:

1. Para la preservación de la raza humana. Dios, mediante el sexo, nos permite engendrar hijos a quienes les transmitimos nuestros genes. Es decir, son una continuación de nosotros mismos. Heredan las características de su familia.

2. Para el gozo y satisfacción personal. ¡Sí! Dios planeó que el sexo trajera felicidad y satisfacción para el hombre y para la mujer. Aconseja el escritor de los Proverbios: “Alégrate con la mujer de tu juventud, como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo tiempo, y en su amor recréate siempre”.

3. Para fomentar la unidad del hogar. En el Evangelio de Mateo leemos: “Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y los dos serán una sola carne”. El Señor Jesucristo establece que el hombre al unirse a la mujer dejará el hogar paterno para empezar un hogar propio. Y debe ser precisamente al momento de tener la relación sexual que se consuma y sella el matrimonio.

Sin embargo, el propósito divino al darnos el sexo abarca aún más. Esto es, que ejerzamos su imagen, es decir, que ejercitemos la capacidad de amar que Dios nos ha dado, la voluntad de unirnos en amor hasta la muerte con una persona. Es que tengamos una relación íntima y única con otra persona, de tal manera que seamos “una sola carne”.

Es aquí donde podemos comprender que Dios nos hizo diferentes a los animales, los cuales se reproducen mediante leyes automáticas denominadas instintos, que operan en determinada época del año, sin amor, ni selección.

Sin embargo, Dios desea que el hombre y la mujer compartamos más que una relación sexual, desea que entreguemos todo nuestro ser y todas las áreas de la vida, en cuerpo y alma, y que así ejercitemos el sentimiento más noble con que Dios nos ha dotado: el amor.

El sexo sin amor, únicamente traerá vacío e infelicidad a nuestra vida. El sexo sin control, ensuciará la imagen que tengamos de Dios como persona, y además traerá consecuencias serias y duraderas en nuestra vida y en la de otros.

Dios concibió el sexo para una relación hermosa dentro del matrimonio. Atentar contra el plan divino, traerá juicio en nuestra vida, porque la Biblia dice: “A los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios”.

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