Serie Consejos de vida: Seamos agradecidas

Foto por Cynthia Ramírez 

Foto por Cynthia Ramírez 

Podemos y debemos dar gracias

Por Sally Isáis

Dicen que hay dos tipos de personas: las que ven el vaso medio lleno y las que ven el vaso medio vacío.

Siendo sinceras, aunque por lo general nos inclinamos hacia uno de estos dos extremos, en algún momento (para sorpresa nuestra y de los que nos not well) tendremos uno que otro día donde amanecemos del otro lado.

La crítica hacia aquellos que son pesimistas, es que les cuesta mucho tener una respuesta positiva y aunque existan buenos momentos y situaciones, no los ven ni por casualidad. Por otro lado, los optimistas a veces no ponen los pies sobre la tierra y les cuesta ser objetivos.

¡Qué difícil es ver la realidad! Mantener la cabeza fría y a la vez, nunca perder la esperanza ni la capacidad de ver el arcoíris en medio de la tormenta. ¿Será posible que esos dos extremos se unan en algún momento?

Claro que sí.  ¿Cómo? Siendo agradecidas.

No importa cuál sea la situación, siempre se puede encontrar algo por lo cual dar gracias. Es una disciplina importante en la vida y debe ponerse en práctica a diario.

Recuerdo cuando estaba en la universidad. No vivía con mis padres y decidí tejerles una colcha calientita. Era de estambre azul con verde. Le dediqué como media hora diaria por más de un año.

Un día, llevé mi colcha casi terminada (que por cierto pesaba muchísimo) a un restaurante porque quería presumirle a una amiga mi gran obra. Escogimos sentarnos en una mesa hasta el fondo del lugar. Tuvimos una rica comida y como yo esperaba, ella se mostró impresionada por mi bella colcha. De pronto, recordé que tenía clase en unos minutos.

Me paré de prisa, tomé mis cosas y corrí entre las mesas. Mi amiga me gritó:
⎯¡Detente! ¡Espera!

Decidí ignorarla y apurarme más. Hasta que sentí que algo me impedía avanzar. Volteé jalando lo que me detenía y a lo lejos, como en una película de terror, vi la madeja de estambre atorada en una silla y un hilo largo que iba rodeando el restaurante atorándose en sillas, mesas y más. La cobija había perdido casi una tercera parte de su tamaño.

En medio de la vergüenza, el coraje y la preocupación por perder mi clase, resonaron en mis oídos las palabras de mi mamá: “Sé agradecida. No importa lo terrible de una situación, busca algo por lo cual puedes dar gracias y hazlo. Entre más pronto, mejor”.

No me había caído y tampoco había ahorcado a nadie. Los comensales me veían con una mezcla de lástima y risa. Lo más dolido del asunto era mi ego, el cual había recibido un buen golpe al corazón. Terminé riéndome como nunca y dándole gracias a Dios.

Hoy no sé dónde está la cobija. Sí la terminé y se la regalé a mis padres. Obvio, no era la obra de arte que yo imaginé, pero aprendí a dar gracias en todo y a no llevar un tejido inmenso a un restaurante. En serio ¿a quién se le ocurre eso?

También he aprendido que ayuda mucho tomar una agenda, libreta o cuaderno y anotar cada día una o más razones para agradecer. Es sorprendente ver la cantidad de personas y situaciones en nuestra vida por las que podemos y debemos dar gracias.

Entonces seamos agradecidas. Es una disciplina que bien vale la pena ejercitar.


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