Parábola sobre las vanas esperanzas y la esperanza verdadera
Descubre cuál es la verdadera y cuál la falsa esperanza
Por Marcelo Maristany
Una mañana mientras un niño jugaba en su jardín, encontró un pequeño espejo. Lo primero que vio en ese espejo fue el reflejo del sol. Entonces corrió a buscar una caja de zapatos que usaba para atrapar insectos. Volvió con la caja y allí colocó con sumo cuidado el espejo.
Corrió a mostrarle a su mamá el precioso tesoro que había puesto en la caja. Cuando su mamá lo vio entrar tan contento, le preguntó la razón de tal alegría. «Atrapé al sol», contestó el chico. En seguida, abrió la caja y le mostró el espejo.
«Ahí está escondido el sol», dijo con emoción. Su madre buscó las palabras apropiadas para no desilusionar a su hijo. «El sol no está ahí. Mira», le dijo. El hijo miró al espejo y solo vio su propio rostro. El sol se había ido.
Antes de que su hijo se entristeciera aún más, la madre lo miró con una sonrisa y le dijo: «Solo captaste por un instante la imagen del sol. Él sigue brillando allá afuera. Ahora sal y mira al cielo».
El hijo le hizo caso y salió. Efectivamente, el sol estaba ahí, en el mismo lugar de siempre, iluminando todo. El chico se alegró. Entendió que había depositado su esperanza en una imagen. Y que el verdadero sol, que no se podía encerrar en ninguna caja, estaba ahí arriba, dando vida a toda la creación de Dios.
Quizás es necesario explicar esta breve parábola sobre las vanas esperanzas y la esperanza verdadera. El espejo que refleja al sol es símbolo de una esperanza vana, artificial, la que muchos creen y esperan. El sol, no su reflejo, es la esperanza viva, la que Dios nos brinda en su palabra. Es sustancial y verdadera. No es una mera imagen reflejada en espejos humanos.
Así como el pequeño niño, en ocasiones basamos nuestra esperanza y seguridad en simples reflejos de otras cosas. Quizá nuestro cónyuge, familia, trabajo, estabilidad o incluso, en nuestra propia imagen de un ser divino. Esto resulta en una esperanza quizá común y popular, pero vana y artificial.
Sin embargo, el sol, esplendoroso e inamovible, representa la fuente de la esperanza verdadera, la que Dios nos brinda en su palabra. Dicha esperanza no se puede contener en un espejo humano, una imagen ni una representación. Pero siempre está allí dando luz a toda la creación.
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